CAPÍTULO 1

by - April 12, 2022

 4 de junio de 2018

 

Hoy se cumplen seis meses desde la desaparición de Julia. Esto podría ser lo peor, pero a mi parecer lo peor de todo esto es que después de todo este tiempo, de estos seis meses, nadie, ni siquiera la gente especializada para ello como son los inspectores, había dado con alguna pista sobre dónde estaba. 

 

No tardaron mucho en declararla muerta. Lo verían como lo más sencillo, tanto para su familia como para el resto del pueblo. Pero yo sabía que sus padres no se habían dado por vencidos. Cada noche desde mi ventana veía al señor Allen dar vueltas con el coche, hasta que amaneciera, y de ahí se iba a trabajar. Mi padre, que trabajaba con él, le había contado a mi madre, cuando supuestamente yo ya estaba acostado, que en múltiples ocasiones se había quedado dormido durante su jornada, pero que su jefe no podía despedirle ni darle vacaciones porque, en el fondo, el trabajo era lo único que obligaba al señor Allen a mantenerse sereno. 

 

La señora Allen había traspasado su pequeña boutique de perfumes. Ya no tenía la inspiración para crear nuevas fórmulas que cautivaran a sus queridas clientas. Tampoco tenía ganas de esas conversaciones dulces que hacían que la señora Allen se enterara de todo lo que pasaba en cada casa. 

 

Ambos habían recibido muchas flores, y pasteles, y velas, más para ella que para él, pero eso no les levantaba el ánimo ni tan solo un poco. 

 

Incluso entre ellos se había apagado la chispa. A penas se les veía juntos. El señor Allen invertía casi todo su tiempo libre en buscar a Julia, y ella dedicaba su día a estar en el porche sentada, tal vez esperando que Julia apareciera en cualquier momento… pero nunca ocurría. 

 

 

Por otra parte, el pueblo cada vez hablaba menos del tema. Al principio fue un infierno. Había personas que ayudaban y contribuían con su búsqueda de manera apropiada, sin esperar nada a cambio, comprendiendo que una adolescente había desaparecido de un momento para otro. Pero también había personas que ‘contribuían’ pero criticándola. “Algo estaría haciendo que no debía”; “si sus padres la hubieran controlado más…”; “con suerte pronto aparecerá muerta y este sinvivir se acabará”. Así pues, el pueblo se dividía entre gente buena y gente sin dos dedos de frente. 

 

En cuanto a mi… Mis padres me obligaron a ir a un psicólogo al que convencí de engañar a mis padres asegurando que iba a las sesiones dándole dinero de más (poco profesional por su parte, pero para mi fue un alivio). También dejaron de hablar del tema delante de mi, mis amigos dejaron de serlo porque me vieron como una persona obsesiva y egoísta “no existimos para ti”, “vale más una persona muerta que nosotros”. Cesaron las peleas en las que me metía por ese tipo de comentarios cuando mis padres decidieron que pasara una temporada en casa sin salir. También tuvo que ver que mis notas decayeron.

 

Mi vida dejó de valer la pena el día que Julia desapareció. Y seguirá siendo así hasta que volvamos a encontrarnos. 

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